Las instituciones educativas católicas tienen la misión de ofrecer horizontes abiertos a la trascendencia, porque, como decía el Papa Francisco en el Congreso de la Oficina Internacional de la Educación Católica, “la educación católica marca la diferencia al cultivar valores espirituales en los jóvenes”.

Escuchamos a diario, que la primera educadora es la familia, como lugar donde se aprende a amar, a salir de sí mismo y a ponerse delante del otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a vivir juntos; y en esta misión necesitamos acompañar a la familia desde el ámbito de la educación formal. En estos tiempos actuales muchas veces asistimos a familias que por diferentes dolencias están dañadas y en muchos casos partidas. En las familias que atraviesan estas tristes realidades, los niños y los jóvenes, así como también los ancianos, son los más vulnerados en sus derechos. Nuestra misión de acompañar esas historias familiares, tiene como objetivo cultivar en el alma de esos niños y jóvenes que se nos confían, virtudes de fortaleza, de constancia, de firmeza que no es rigidez, y de grandeza de alma para afrontar las dificultades promoviendo la vida en toda su integridad.

Desde allí surge nuestro servicio como Iglesia, que no se agota en brindar conocimientos para el desarrollo cognitivo, sino en ofrecer todo aquello que pueda hacerlos crecer en inteligencia, en valores, en hábitos para que sigan adelante a pesar de la dificultades que puedan surgir en la vida   y llevar a los otros experiencias que no conocen.

El papel fundamental que desempeñamos en la sociedad  es una tarea Evangelizadora, partiendo siempre de la necesidad de las familias que se acercan a pedir acompañamiento para sus hijos y saliendo al encuentro de ellos para aliviar un poco sus vidas, haciéndoles experimentar de algún modo el consuelo del Buen Dios.

Todas estas acciones bien concretas orientadas al crecimiento de los jóvenes son parte de la tarea educadora. Educar es entonces para nosotros, obra de artista, que intenta llevar a plenitud las potencialidades que residen en cada persona a la que acompañamos: ayudar a descubrir la importancia de darse a los demás a pesar de las carencias y a abrirse a la trascendencia.

Esta es la invitación de acompañar la fragilidad: ser educadores y promotores de VIDA.