El contexto de aislamiento al que nos ha llevado el avance de la pandemia estuvo plagado de desafíos, incertidumbres y miedos. Pero también de un espíritu de comunión que nos ha fortalecido de cara a lo que sea que nos espere en el próximo ciclo lectivo.
Quienes lideran nuestras escuelas se vieron ante la necesidad de superar cada uno de los obstáculos que se fueron presentando, tomando al diálogo con sus pares como la principal herramienta para convertir sus miedos en soluciones y a la distancia en nuevos encuentros.
Juntos cambiamos el hábito de recibir a nuestros alumnos en la puerta de las escuelas, para salir a buscarlos, con el objetivo de que ninguno se quede afuera. De los límites tan definidos que tienen nuestras aulas, pasamos a un espacio abierto en el que compartimos miradas, emociones y aprendizajes. Para ello fue fundamental trabajar en equipo en el diseño de propuestas para que sigan aprendiendo desde sus casas.
No podríamos haberlo logrado sin el esfuerzo de todos. Las familias fueron nuestras aliadas imprescindibles. Gracias a su flexibilidad y la de nuestros equipos docentes, pudimos adaptarnos a los cambios que la normativa fue proponiendo a lo largo del año y así acompañar a nuestros alumnos en todos los niveles.
A pesar de transitar este camino en un contexto plagado de polarización y de dudas, encontramos nuevos modos y medios para comunicarnos con otros, para estar juntos y salir adelante.
Sabemos que los planes pueden cambiar, que un regreso combinado o en burbujas es posible, pero no está garantizado. Lo importante es que estemos convencidos de que este año nos ha preparado mucho mejor para lo que viene, y que sepamos que podemos contar los unos con los otros y así, juntos, hacer frente a los desafíos que se nos presenten.
Por Pbro. Pablo Corbillón, delegado episcopal para la Vicaría Pastoral de Educación.
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