Los colegios católicos exploran respuestas ante una crisis de valores y la angustia de los chicos por su futuro.

Uno de los aspectos interesantes del libro “El arte de amar”, del destacado psicoanalista Erich Fromm, es su te- sis en la que define al amor como lo único que le confiere sentido a la vida, aquello que es capaz de transformar la sociedad y alcanzar la felicidad. Escrita en una época –tras el fin de la 2° Guerra Mundial- en que existía un gran vacío de valores y una crisis existencial, cobra vigencia cuando se trata de mirar la realidad actual.

“Los últimos cuatro años cambiaron los paradigmas de los jóvenes”, afirma el profesor Néstor Colombo, apoderado legal de los colegios San Ramón Nonato y Cristo Maestro, y director del profesorado Padre Elizalde. “Hoy los chicos piensan diferente, están muy influenciados por otras miradas, por una sociedad llena de antivalores que le aseguran la felicidad y se los vende como la verdad”.

En el contexto social en que están inmersos y en especial desde la educación, las escuelas católicas ven la necesidad de repensar la transmisión de la fe en las aulas, no solo en el aspecto religioso, como la preparación a los sacramentos, sino en la contención que puede dar la escuela en base al tiempo que los chicos pasan en ella. Javier Lacunza, uno de los catequistas del Instituto Ambrosio Tognoni, del barrio porteño de Palermo considera que hay que aprender a escuchar sin prejuicios, abrirse al diálogo y en función de eso pensar formas atractivas de transmitir el mensaje. “Los jóvenes están viviendo una soledad terrible, la angustia de no tener un futuro y encuentran refugio en el alcohol, la droga, encuentros furtivos que son solo para un mo- mento”, señala. Y sostiene: “En esta sociedad donde todo es negociable, hay cosas que no lo son, pero más allá del mensaje que es inclaudicable, tenemos que aggiornar para poder llevarles otras formas de ser felices”.

Fabiana Tittarelli, del mismo colegio, piensa que además hay que enfocarse en llevar el anuncio a las familias. “Los padres trabajan muchas horas y a veces no vienen a las reuniones, pero de todas formas hay que generar un espíritu de comunidad utilizando, tal vez, las mismas tecnologías que usan a diario, como los grupos de whatsapp, para reflexionar o rezar. También pueden ver desde la web lo que los chicos hacen a través de las aulas en comunión, una plataforma que la catequesis comparte con otras asignaturas”.

“La escuela puede volverse un lugar sagrado donde el amor, el perdón, la paz sean los elementos fundamentales de la fiesta de la vida –sostiene Mónica Gómez, docente jubilada, catequista y titiritera-. Y esto no es una idea bonita o romántica sino una urgencia –agrega-, porque nos hace descubrir que somos más que humanos cuando podemos amar con el amor de Dios”. Según Gómez, “lo religioso es la vida misma cuando podemos escucharla a través de un cuento cualquiera, un juego, una dramatización y, en mi caso, sobre todo un títere, que me hizo comprender que la más alta tecnología no logró superarlo en aten- ción, emoción, identificación o alegría. Un títere como Pinocho puede llorar amargamente y demostrar todo lo malo que puede ser porque no tiene corazón –dice-, y los niños se darán cuenta que el único que nos puede cambiar el corazón es Jesús, por que el hada le puso uno de fantasía”. Sin embargo, como toda asignatura escolar, tiene conceptos que los catequistas deben enseñar y evaluar, aunque todos coinciden en que ya no se trata de exponer lo que se cree sino que es necesaria la aceptación. “Las escuelas católicas tienen que ser es- cuelas pesebres y no posadas –advierte Colombo-, que la puerta esté abierta, que no te digan que no hay lugar, que cada chico más que una complicación sea una oportunidad porque uno no elige a quien enseñar”.

Además, opina que hay que presentarles la posibilidad de pensar de otra manera a lo que le ofrece el mundo globalizado a través de debates o discusiones que permitan llegar a un diálogo. Es decir, “tomar como eje a Jesús como primer educador y hacer lo que Él hacía en su vida pública: pri- mero escuchaba y luego enseñaba”.

“Trabajar en el aula es mirarlos a los ojos, descubrir que están atravesados por multitud de dolores, margi- nalidad, ausencias. Un chico no es más importante si cree o no -afirma- sino que es importante porque es una persona, con esa historia”