Educar abrazando la vida. Aquí está para la educación uno de sus mayores desafíos: recuperar el valor y la dignidad de la vida humana. En ese sentido, un verdadero proyecto educativo va mucho más allá de la función informativa. Está orientado a que todos y cada uno puedan sentir que son tenidos en cuenta y respetados. Éste es entonces el marco en que debemos tutelar el derecho del niño no nacido. En efecto, una ley que acepte el aborto es signo de una sociedad que fracasó en su tarea educativa más elemental, pues educar es favorecer las condiciones para abrazar la vida y ayudarla a crecer, no eliminarla. Es urgente fomentar en las escuelas espacios de reflexión para que los jóvenes consideren las consignas que adoptan sin dudar, con argumentos que responden más a una ideología que a una serena valoración sobre la vida. No podemos dejarnos esclavizar con tanta facilidad por la cultura de la muerte. “Sabemos que no siempre es fácil recibir la vida como viene, a veces se presenta en contextos conflictivos y angustiosos. Sin embargo, siempre es posible cuidarla y defenderla”. Para esto existen numerosas iniciativas que asumen la tarea de acompañar “muy cercanamente a aquellas hermanas nuestras que tienen embarazos en situaciones psíquicas y sociales sumamente vulnerables y frágiles” (Mons. Ojea 8-7-18). Nadie es descartable. Toda vida vale. Así lo enseña el Papa Francisco en su Carta sobre la Santidad: “La defensa del inocente que no ha nacido debe ser clara, firme y apasionada porque allí está en juego la dignidad de la vida humana siempre sagrada y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y los ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud y en toda forma de descarte”. En definitiva, atentar directamente contra una vida humana inocente no es un derecho. Todo lo contrario. Es algo que se puede evitar ayudando a descubrir lo más noble de todo corazón: amar y ser amado. Educar para el amor supone sembrar sanas y firmes convicciones para que todos, sobre todo los más pequeños, tengan lugar en el banquete de la vida.