Este año el mes de junio nos recuerda un doble acontecimiento del prócer Manuel Belgrano: el 250º aniversario de su nacimiento, el 3 de junio de 1770; y el bicentenario de su muerte, el 20 de junio de 1820. Fue el creador de nuestra bandera y por eso, en la fecha de su paso inmortal, conmemoramos el día de nuestra enseña patria, izada por primera vez el 27 de febrero de 1812. Es la bandera que nos une y nos emociona, signo y símbolo de identidad, pertenencia y unidad como argentinos y ante el mundo.

Manuel Belgrano es uno de nuestros próceres fundadores, que nunca buscó su gloria. Escribía en 1816: “mucho me falta para ser un verdadero Padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella” (Carta,10-X-1816). Esta expresión humilde sale del corazón de un hombre que, en el Congreso de Tucumán, de consuno con el pensamiento del Gral. José de San Martín, fue determinante para la declaración de la Independencia.

Decía oportunamente el Card. Jorge Mario Bergoglio, hoy nuestro Papa Francisco: “Belgrano vivió en una época de utopías. Hijo de italiano y criolla se había dedicado a estudiar Leyes en algunas de las mejores universidades de la metrópoli: “en Salamanca, Madrid y Valladolid. En la convulsionada Europa de fin de siglo, el joven Belgrano no sólo había aprendido la disciplina que había ido a estudiar, sino que se había interesado por el torbellino de ideas nacientes que estaban configurando una nueva época, en particular, por la economía política. Firmemente convencido de las más avanzadas ideas de progreso de su tiempo, no dudó en formar en su interior un proyecto: poner todo esto al servicio de una gran causa en su patria natal”1.

Escribe Belgrano: “Mis ideas cambiaron, y ni una sola concedía a un objeto particular /…/: el bien público estaba en todos los instantes a mi vista.” (Autobiografía)

“Mucho antes que otros, Belgrano comprendió que la educación y aún la capacitación en las disciplinas y técnicas modernas eran una importante clave para el desarrollo de su patria. “Fundar escuelas es sembrar en las almas”, dirá nuestro prócer. El espíritu revolucionario de Belgrano descubrió rápidamente que lo nuevo, lo que  podría llegar a ser capaz de modificar una realidad estática y esclerotizada, vendría por el lado de la educación. De este modo, promovió por todos los medios la creación de escuelas básicas y especializadas”2. Porque, dice: “si recuerdo el deplorable estado de nuestra educación, veo que todo es una consecuencia precisa de ella.” (Autob.)

“De allí que bregara también por la fundación de escuelas en la ciudad y en el campo, adonde se brindara a todos los niños las primeras letras, junto a conocimientos básicos de matemáticas, el catecismo, y algunos oficios útiles para ganarse la vida”3

La educación que concebía el prócer tenía que alcanzar a los distintos sectores de la población, también a las niñas y jóvenes, en una época todavía lejana al reconocimiento práctico de iguales condiciones y derechos para varones y mujeres. A la fundación de escuelas destinó sus premios: “Cada vez anhelo más por la apertura de estos establecimientos, y por ver sus resultados. Porque conozco diariamente la falta que nos hacen.” (Carta, VII/1813)

“Además de sus incontrastables virtudes personales y su profunda fe cristiana, Belgrano fue un hombre que en el momento justo supo encontrar el dinamismo, empuje y equilibrio que definen la verdadera creatividad: la difícil pero fecunda conjunción de continuidad realista y novedad magnánima. Su influencia en los albores de nuestra identidad nacional es muchísimo mayor de lo que se supone; y por ello puede volver a ponerse de pie para mostrarnos, en este tiempo de incertidumbre, pero también de desafío, “cómo se hace” para poner cimientos
duraderos en una tarea de creación histórica” 4

Con su visión humanista profunda y amplia, incluye a todos los pueblos que integran el territorio de las Provincias Unidas, también a los originarios y esto, no como oportunismo para resolver una coyuntura. Escribe: “A nuestros paisanos, los naturales, para defender su libertad es necesario hacerles entender el inestimable valor de esa prenda tan preciosa, y que debe preferirse la muerte misma a la esclavitud” (Carta, 21-IX1811)

Su pensamiento, puesto al día en ese paso al siglo XIX, aparece en las “memorias del Consulado”, en las que muestra lo que debe tener en cuenta un país que mire con realismo sus condiciones naturales. Por eso es propulsor de la
agricultura, como base necesaria para que la industria y el comercio desarrollen el país y le den mayor riqueza.

“Además de lo que hacía al desarrollo económico, Belgrano consideraba que “un pueblo culto nunca puede ser esclavizado”. “La dignidad de la persona humana ocupaba en su mentalidad, al mismo tiempo cristiana e ilustrada, el lugar central”5

En tiempos en los cuales la libertad de la patria se jugaba en la triste realidad de los campos de batalla, aunque sin formación militar académica, asume con responsabilidad y entrega su servicio. Arriesga su vida desde las invasiones inglesas; con el cuerpo de Patricios, participa de las campañas militares que preparan y defienden la independencia; siempre resalta su infatigable abnegación. Y en años de tantos sacrificios y momentos oscuros, las victorias de Tucumán y Salta brillan como ejemplos de las mejores virtudes patrióticas de Belgrano, que él extiende a sus tropas.

Necesitaríamos considerar muchos aspectos para intentar un esbozo de esta personalidad tan rica; pero no podemos olvidar su espiritualidad, manifestada en las acciones de su vida así como lo hace antes y después de las batallas. La Virgen de Luján cuando parte de Buenos Aires con su primera expedición, la de la Merced y Nuestra Señora del Rosario de Río Blanco y Paypaya, en Tucumán, Salta y Jujuy respectivamente, es siempre la Madre y Generala a quién se encomienda y agradece.

Su religiosidad no solamente se destaca en la devoción mariana, sino que también encarna en su vida los valores ético-morales del cristianismo, expresados claramente en una vida austera y honesta y en el desprendimiento generoso de sus bienes.

La generosidad de Belgrano en su forma de vivir, es sin duda un ejemplo que no podemos dejar de lado. No lo motiva el éxito individual, ni el ansia de riquezas ilimitadas frente al desamparo del resto de la población.

“El bien común exige dejar de lado actitudes que ponen en primer lugar las ventajas que cada uno puede obtener, porque impulsa a la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio.” (CEA. Bicentenario de la Independencia. n. 37. 2016)

Tampoco lucha por una patria para pocos, y aún en condiciones de emergencia e incertidumbre procura la igualdad y el esfuerzo conjunto. Las condiciones en las que ve sumergida a la nación en esos momentos nuevos de independencia, no son subterfugio para cuidarse a sí mismo ni para justificar el egoísmo.

“Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, la amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida”. (CEA. Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad. n. 22. 2008).

En cada situación asumió los riesgos individuales y colectivos, como la difícil y sacrificada proeza que supo suscitar cuando toda una ciudad lo acompañó en el éxodo jujeño, aquella retirada estratégica y heroica que estuvo en la base de un retorno triunfal a esa misma tierra.

La vida y las acciones de un hombre tan importante para nuestra nación, son un faro, en momentos tan difíciles como hoy nos toca vivir, tiempos en los que una pandemia acecha nuestra seguridad presente, nos llena de incertidumbre y a su vez de esperanza en preparar el futuro.

“Más allá de las profundas diferencias de época, hay mucho de permanente, de vigente, en la actitud de Belgrano de tratar de mirar siempre más allá, de no quedarse con lo conocido, con lo bueno o malo del presente. Esa actitud “utópica”, en el sentido más valioso de la palabra, es sin duda uno de los componentes esenciales de la creatividad, tan necesaria en los tiempos que nos toca vivir”6

En esta conmemoración bicentenaria damos gracias a Dios, “fuente de toda razón y justicia”, por la virtuosa, sacrificada y heroica vida de Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano; a la vez que elevamos nuestra oración para que nos conceda a los argentinos inteligencia y generosidad en asumir su legado patriótico, el que seguirá iluminando el deseo irrenunciable de todos los que aspiramos a un país nuevo y un mundo mejor.

Buenos Aires, 20 de junio de 2020
Comisión Ejecutiva
Conferencia Episcopal Argentina