«Vayan y enseñen a todas las naciones…»

Mt 28, 19

Queridos hermanos directivos y docentes:

Al comenzar este nuevo ciclo escolar, deseo compartir con ustedes la alegría que nos da celebrar el IV Centenario de nuestra Iglesia particular porteña.

Nuestra Arquidiócesis reconoce su origen con la fundación de la Diócesis de la Santísima Trinidad del Puerto de los Buenos Ayres, creada por el Papa Paulo V, en 1620. El primer obispo, Fray Pedro de Carranza o.c., fue un docente universitario. Su sede estaba situada en la precaria aldea nacida en la orilla occidental del Río de la Plata, que ya contaba con cuatro décadas de vida y una población estable que no pasaba de 150 familias. Pero su jurisdicción se extendía a un inmenso territorio que iba desde las actuales provincias de Chaco, Santa Fe, Corrientes, hasta los indefinidos límites de la Patagonia.

Desde sus humildes comienzos, fue una prioridad la evangelización y la educación de niños y jóvenes. La enseñanza que impartía la Iglesia católica a través de sus distintas instituciones resultó significativa y llegó a equipararse a las iniciativas que había tomado el Estado a través de sus Cabildos en cada ciudad, con sus «escuelas capitulares» a cargo de la instrucción pública. Por su parte, la Compañía de Jesús y las órdenes mendicantes (franciscanos, mercedarios y dominicos), y algunos sacerdotes del clero secular a cargo de parroquias, fundaron las «escuelas de primeras letras». Inicialmente, los maestros fueron religiosos o civiles, alternadamente y según las posibilidades.

Los programas que se conocen de la educación elemental de aquella época dan cuenta de la enseñanza de las principales operaciones aritméticas, lengua castellana, la lectura en voz alta de la doctrina cristiana y repetición del silabario, la escritura con la práctica caligráfica y, en no pocos casos, la ejecución de un instrumento musical para el acompañamiento coral. Hubo también escuelas para niñas, aunque menos numerosas que las de varones.

La extensa Diócesis tenía por destinatarios del mensaje evangélico a los numerosos miembros de los pueblos originarios, que se nuclearon en las «parroquias de indios» a cargo del clero secular, las «misiones jesuíticas» y las «doctrinas franciscanas» a cargo de los religiosos. Para ellos, en las escuelas de primeras letras, la enseñanza se impartía en lenguas vernáculas según las etnias, como fue el caso del guaraní y el quichua. En esas misiones, la enseñanza comprendía también «artes y oficios», labores femeninas y ciertos conocimientos de metalurgia y tallado artesanal de la madera.

Conforme pasó el tiempo y el número de habitantes lo reclamaba, la Iglesia fundó Colegios con régimen de internados para la enseñanza media, algunos de los cuales devinieron en Universidades. En esas Casas de estudios superiores, las ciencias y la fe iluminaron la inteligencia y el corazón de varias generaciones, entre las cuales se formaron la mayoría de los hombres del movimiento independentista que protagonizaron la Revolución de Mayo y nos legaron la Independencia en Tucumán. Una conocida académica de la historia de la educación afirma que «las investigaciones llevadas a cabo en las últimas décadas muestran que hubo más escuelas y estudios de lo que se había creído y de lo que trasunta una historiografía excesivamente crítica»[1].

Con el movimiento inmigratorio europeo de la segunda mitad del siglo XIX –lo que duplicó la población del país–, ingresaron numerosas familias religiosas, entre ellas, las dedicadas a la educación. Así surgieron los colegios y profesorados que hoy son centenarios. Con el advenimiento del siglo XX, nacieron los institutos parroquiales y los de la Vicaría Pastoral de Educación, que conforman una laboriosa obra de Iglesia al servicio de la evangelización de la ciudad.

Estas pinceladas del pasado quieren ser una memoria agradecida por el enorme esfuerzo educativo de incontables docentes que se identificaron con la acción misionera de la Iglesia católica, sosteniendo sus instituciones durante cuatro siglos, seguramente con sus luces y sus sombras, aciertos y desaciertos. Ese fue el fecundo aporte del Evangelio que acompañó a la Nación desde su origen, aun en los momentos más aciagos de su historia.

Así llega hasta nosotros la vocación apasionada por la educación, con la sabiduría que dan los siglos y una sostenida responsabilidad institucional que se lo debemos en gran parte a ustedes, directivos y docentes de nuestros colegios porteños, integrados al subsistema único de la educación pública en la Ciudad.

Finalmente, al comenzar las clases en este Año Jubilar, y pensando en los desafíos educativos, deseo compartir unas palabras del Papa Francisco: «La Iglesia siempre quiso desarrollar para los jóvenes espacios para la mejor cultura. No debe renunciar a hacerlo porque los jóvenes tienen derecho a ella. Y “hoy en día, sobre todo, el derecho a la cultura significa proteger la sabiduría, es decir, un saber humano y que humaniza. Con demasiada frecuencia estamos condicionados por modelos de vida triviales y efímeros que empujan a perseguir el éxito a bajo costo, desacreditando el sacrificio, inculcando la idea de que el estudio no es necesario si no da inmediatamente algo concreto. No, el estudio sirve para hacerse preguntas, para no ser anestesiado por la banalidad, para buscar sentido en la vida. Se debe reclamar el derecho a que no prevalezcan las muchas sirenas que hoy distraen de esta búsqueda. Ulises, para no rendirse al canto de las sirenas, que seducían a los marineros y los hacían estrellarse contra las rocas, se ató al árbol de la nave y tapó las orejas de sus compañeros de viaje. En cambio, Orfeo, para contrastar el canto de las sirenas, hizo otra cosa: entonó una melodía más hermosa, que encantó a las sirenas. Esta es su gran tarea: responder a los estribillos paralizantes del consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la investigación, el conocimiento y el compartir”»[2].

Dios bendiga sus entregas en los ámbitos educativos donde cumplen sus tareas.

Reciban nuestro agradecimiento y sepan que rezo por ustedes y sus familias.

Cordialmente.

Mario Aurelio Cardenal Poli

[1] Celina A. Lértora Mendoza, La enseñanza elemental y universitaria, en Nueva Historia de la Nación Argentina, (siglos XVII y XVIII), Academia Nacional de la Historia, Ed. Planeta, Buenos Aires, 1999, Tomo III, 369-402.

[2] Exhortación Apostólica Christus vivit, 223.