Desde la Vicaría Pastoral de Educación (VPE) entendemos que cada uno de nuestros colegios está emplazado en un contexto particular y que recibe a familias muy diversas. Admitir que esa diversidad existe es el primer paso para reflexionar respecto de nuestro rol como educadores y pensar en el efecto que nuestras prácticas de enseñanza tienen en los procesos de inclusión en las aulas.
Los colegios tienen como misión garantizar que todos aprendan. Pensar en términos de diversidad y de inclusión implica entender que contenidos, metodologías y tiempos no necesariamente serán los mismos para todo el universo de alumnos. Debemos rediseñar estos procesos para acompañar a los alumnos y familias que más necesitan de esta mirada de aceptación de lo diverso, y eso nos exige pensar juntos.
María de los Ángeles Franco, maestra de apoyo a la inclusión del Instituto Jardín San Jose A 1154, nos cuenta que la institución cuenta con un proyecto institucional para trabajar la diversidad en el aula. De manera conjunta, la docente de sala y la maestra de apoyo a la inclusión elaboran un proyecto pedagógico individual (PPI) para los alumnos que lo requieran. El PPI plantea objetivos de aprendizaje en función de las competencias que puedan alcanzar.
“Todos los recursos y estrategias que utilizamos en la escuela deben garantizar la inclusión escolar y social. Para ello, en la institución se realizaron jornadas de capacitación sobre inclusión y también se les entregó a las docentes material de lectura. Los objetivos y los contenidos los transmitimos de acuerdo con las modalidades de aprendizaje del alumno. También se emplean adecuaciones de acceso, metodológicas o de contexto. Nuestro objetivo como institución es que todos los niños reciban una educación de calidad y ajustemos nuestras prácticas a esa diversidad”, afirma Franco.
Por ejemplo, nos mencionó que a la institución asiste un alumno con diagnóstico de trastorno del espectro autista (TEA). En ocasiones, por las propias características de expresión de su emocionalidad, el niño buscaba salir de la sala, gritaba. En estos casos, se necesita conocer qué es lo que provocaba ese malestar, para entonces anticiparse y poder encontrar recursos de intervención que garanticen su bienestar.
Por otra parte, Ángeles Gregorini, psicóloga del Nivel Secundario del Instituto Colegio de Nuestra Señora nos contó que la inclusión escolar siempre les ha resultado un gran desafío, muchas veces difícil de encausar, dado que la temática fue novedosa para ellos.
“Nuestra primera experiencia fue con dos alumnos que entraron con todo su equipo y dispositivo de trabajo armado. Esto facilitó el trabajo, porque eran claros a la hora de organizarse y pensar en lo mejor para los chicos. En ese momento los desafíos principales fueron, por un lado, el rol del maestro integrador dentro del aula, su impacto en los profesores y la adaptación de la manera de acceso y, por otro, el impacto en el resto de los compañeros del aula”, comentó.
Estos son sólo algunos ejemplos de cómo la diversidad y la inclusión nos desafían a encontrar nuevos modos de trabajar en las aulas. Es por eso desde el 2018 desde la Vicaría Pastoral de Educación (VPE) iniciamos un proceso de acompañamiento a directivos y docentes con la intención de reflexionar en conjunto acerca de los mejores modos de implementar prácticas de educación inclusiva. Desarrollamos una propuesta de capacitación, que luego se profundizó con la creación de ateneos mensuales de participación voluntaria y planificada entre equipos directivos y de orientación de los colegios, y el equipo de inclusión de la Vicaría, liderado por la Lic. Ilda Domínguez.
“La capacitación que ofreció la Vicaría nos brindó mucho material, novedades y realidades frente a la ley. Nos enriquecimos entre todos. Ideas, sugerencias, propuestas, diferentes modos de trabajar, pero sobre todo nos sirvió para sentirnos parte de una misma unidad, trabajando por lo mismo y con los mismos valores de respeto, flexibilidad, profesionalismo y empatía”, destacó Gregorini.
Las principales preocupaciones que se compartieron en las capacitaciones y ateneos giraron en torno a cómo realizar las adecuaciones de acceso y metodológicas para garantizar el aprendizaje de los y las alumnos. La articulación entre los actores institucionales y las familias, como también con los equipos externos de tratamiento. La mirada de conjunto entre el docente del aula y el docente integrador, que en ocasiones se vuelve compleja.
“Los ateneos, por su modo de organización, generaron la posibilidad de interactuar fluidamente alrededor de una mesa y mostraron la fuerza de las ideas compartidas. La problemática era presentada por un colegio, pero lo que se iba tejiendo como respuesta, surgía del saber de todos los presentes. A su vez esas respuestas generaban otros interrogantes y nos brindaban la posibilidad de hacer relaciones con otras situaciones que se presentaban o se habían presentado”, afirmó Domínguez.
¿Cómo funciona a un ateneo? Los ateneos constan de tres partes:
- Parte 1: Presentación de cada situación, intervenciones realizadas, cuestión a consultar, según formato previsto. Ronda de trabajo.
- Parte 2: Trabajo sobre cada situación a partir de las preocupaciones y consultas que el equipo institucional plantea, el resto de los equipos presentes interviene en los intercambios, sugerencias y orientaciones.
- Parte 3: Síntesis de las orientaciones planteadas para el abordaje de cada situación. Trabajo conceptual sobre temática vinculada con los casos presentados, u otras temáticas: articular con el otro nivel, ¿qué atender?, ¿qué dialogo iniciar?, ¿qué construir?; supervisión y seguimiento de los equipos externos.
“Los ateneos son un modelo de trabajo que puede ser replicado al interior de cada colegio. Son una forma ordenada de pensar en conjunto, de interpelar las respuestas que salen más rápidamente, o que son más convencionales, y también de darse el lugar y el tiempo de crear otras alternativas. Además, nos permiten generar escenarios diversos para crear respuestas posibles para cada uno de ellos. Esto generaba la tranquilidad de que no había un solo camino posible para abordar una situación que amerita miradas complejas”, agregó Domínguez.
Gregorini señaló que, a partir de estas capacitaciones, implementaron un sistema de fichas para acercar, de modo seguro, claro y respetando la intimidad de los chicos, la situación de cada alumno con necesidades especiales al profesor.
“Tomamos todo lo aprendido sobre diferentes perfiles cognitivos más específicos en sus necesidades de aprendizaje tales como la dislexia, discalculia, etcétera, y nos propusimos identificar nuestros límites y fortalezas a la hora de trabajar en cada caso. Poder conocer más sobre estos desafíos y contar con sugerencias reales y concretas nos sirvió para aplicar nuevas soluciones a otras situaciones”, explicó.
¿Por qué es fundamental compartir un espacio de resolución colectiva a situaciones complejas? Porque nos permite a los equipos directivos y docentes buscar los modos de sortear las limitaciones de cada institución y enfocarse en las necesidades del alumno y el acompañamiento a su trayectoria escolar.
“Estos encuentros nos llevaron a la reflexión sobre la importancia de vencer barreras que están en el entorno y a entender que para derribarlas primero teníamos que reconocerlas. Los ateneos nos brindaron herramientas didácticas que facilitaron el aprendizaje de nuestros alumnos. Por otro lado, escuchábamos realidades de otras escuelas, que muchas veces eran las mismas que las nuestras y de este modo buscábamos estrategias comunes”, afirmó.
“En cada ateneo, nos fuimos con muchos recursos y estrategias para ayudar a nuestros niños. Nos aportaron ideas para ayudar amorosamente a nuestro alumno con diagnóstico TEA. Por ejemplo, nos recomendaron crear rutinas y también un espacio en la sala que el alumno tome como propio. En estos momentos de desborde, el alumno acudía a su espacio para interactuar con la docente y se relajaba pudiendo volver a la actividad con sus pares a los pocos minutos”, afirmó Franco.
“Moverse en términos de mirada inclusiva nos invita a cambiar esas capacidades disponibles. No es el niño el que debe adaptarse a lo que hay, sino que debemos identificar las barreras en nuestra propuesta para ir progresivamente derribándolas y así ofrecer propuestas más inclusivas. El diagnóstico, en todo caso, debe operar para mostrarnos en qué aspectos debemos trabajar más: la propuesta pedagógica, la capacitación docente, la organización escolar. Todas estas dimensiones tienen que ser interpeladas a la luz del paradigma de la inclusión”, concluyó Domínguez.
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