La sola idea de la tan ansiada vuelta a clases despierta en todos nosotros (escuelas, familias, grandes y chicos) un torbellino de emociones, sensaciones, preguntas, expectativas: ¿Cuándo volvemos? ¿Cómo volvemos? ¿Por qué volvemos? ¿Para qué volvemos?

Lo que resulta indiscutible, es que VOLVEMOS. Y volvemos porque queremos volver, porque necesitamos volver, porque la escuela es una parte tan importante en la vida de todo ser humano, que casi no podemos imaginar nuestra existencia sin ella. Porque es inherente a la dinámica de la vida familiar, porque nos ordena, nos vincula, nos socializa.

Vamos a volver a la escuela, pero no será a la escuela que dejamos en marzo, ni tampoco a la escuela que tuvimos durante todos estos meses. Vamos a volver a una nueva escuela, así como de a poco iremos volviendo a esto que se ha dado en llamar “nueva normalidad”.

Y así como esta “nueva normalidad” nos obliga a repensar nuestro modo de ser en la sociedad, esta nueva escuela nos hará reaprender lo que es ser docente, alumno, familia. Nos hará una vez más construir y volver a validar lo que significa SER ESCUELA.

Necesitamos volver, no para aprender mejor logaritmos, o para avanzar más rápido en los contenidos curriculares de historia. Tampoco para calificar o acreditar saberes. Esto, con más éxito en algunos casos y con más tropiezo en otros, lo fuimos logrando en la escuela de la no presencialidad.

Necesitamos volver porque nuestros niños, adolescentes y jóvenes necesitan del anclaje “único” que les proporciona este lugar; porque el aprendizaje no es sola y simplemente la adquisición de contenidos, sino esencialmente el comprender cómo ser parte de una sociedad y una cultura.

Porque la formación integral tiene que ver con crecer armónicamente en todas nuestras dimensiones: física, emocional, social, ética y espiritual, y eso solo podemos lograrlo con y junto a otros.

Porque nada suple el contacto humano y la emoción de compartir con amigos: aunque no volvamos todos juntos, aunque constituyamos las llamadas “burbujas”, aunque no compartamos ciertos elementos o tengamos la circulación señalizada, o usemos barbijo y mantengamos distancia física, y los abrazos solo sean a la distancia.

Necesitamos vincularnos sin estar mediados por la tecnología, sin depender para eso de una pantalla. Necesitamos volver a percibir nítidos los sonidos, los colores, y, por qué no, los olores del aula.

La vuelta a clase nos traerá temores: temeremos contagiarnos, temeremos no saber cómo será lo nuevo y distinto, temeremos no volver a adaptarnos con rapidez. Pero estamos también esperanzados y confiados. Volver es todo un desafío, que sin dudas implicará mucho esfuerzo de todos. Pero en todo este tiempo, hemos demostrado que las escuelas sabemos afrontar retos.

Desde las cerca de 250 Instituciones Educativas Católicas de la CABA, entre las que se encuentran las 68 Parroquiales, acompañadas por la Vicaría Pastoral de Educación, estamos trabajando en red, poniendo todo el empeño y dedicación en hacer de cada una de nuestras escuelas un lugar seguro y acogedor, pensando no solamente en el cumplimiento estricto de los protocolos y medidas que nos permitan volver confiados, sino también en los recursos y estrategias para que nuestros niños, adolescentes y jóvenes se vuelvan a sentir en su segundo hogar.

Sabemos que volveremos de a poco, gradualmente, en grupos pequeños, con diversos horarios, formatos y rutinas, aquellas que nos den la tranquilidad de estar cuidando la salud física. Sabemos que los docentes deberán poner todo de sí mismos para seguir enseñando a todos, sabiendo que estarán algunos unos días en el aula y otros en sus casas.

Sabemos que deberemos aprender a demostrarnos el afecto, a compartir el juego y la alegría de otras maneras, guardando el distanciamiento social necesario. Y sabemos que las escuelas deberán elegir en qué invertir esos valiosos tiempos en que los chicos estén en las aulas para aquellos aprendizajes que más los ayuden a crecer. Y cuando “todo esto” pase, habrá cosas de las que aprendimos que decidiremos que deben permanecer, y otras que debamos reformular.

Lo interesante y grandioso de este desafío es que todos aprenderemos juntos: docentes, directivos, alumnos, familias. Porque no sabemos por cuánto tiempo nos acompañará esta “nueva escuela” que ya estamos diseñando y antes de lo que pensamos ya comenzaremos a habitar, ni tampoco cuántas cosas de ella decidiremos dejar en pie cuando finalmente esta epidemia culmine y podamos retomar la vida de siempre.

Hemos aprendido mucho con toda esta experiencia. Y no debemos preocuparnos por los saberes que supuestamente hemos “perdido”, porque sin duda hemos ganado ampliamente en otros. Como tampoco debemos preocuparnos por lo que esta nueva escuela de la vuelta no nos podrá dar.

Queremos reencontrarnos, queremos ver niños, niñas y adolescentes de nuevo en nuestros pasillos y bancos, compartiendo y aprendiendo. Necesitamos volver a estar juntos, y eso nos llena de esperanza y de confianza.

Mariana Fuentes es miembro de la Dirección Pedagógica de la Vicaría Pastoral de Educación de Buenos Aires.

23/07/2020 – 17:52
Clarín.com Opinión