La educación ha sido una de las actividades que tuvo que reinventarse para salir al cruce de la coyuntura provocada por el coronavirus. Nos llevó a todos los que trabajamos en educación ser más dúctiles que nunca tanto para adaptar los contenidos como las metodologías en la educación a distancia. Se trató no solo de dar una clase frente a una pantalla sino adaptar todo el concepto que teníamos acerca de la educación.

Ahora bien, la suspensión de clases presenciales no solo planteó un desafío inédito a todo el sistema educativo, sino que expuso lo que se llamó “la brecha digital” que hay entre los hogares. Esta disparidad en el acceso a la conectividad como a las herramientas y su uso educativo nos enfrentó ante la realidad de una generación que puede padecer el analfabetismo digital, agudizada por la falta de escolarización presencial. A pesar de tener un celular, redes sociales y demás, muchos niños y jóvenes no saben utilizar para aprender las tecnologías de la información y comunicación. Una de las claves para salir, educativamente mejor de esta pandemia es enseñar el uso educativo de las herramientas de aprendizaje que nos ofrecen las invenciones de internet. Como recordaba Umberto Eco por el año 2007: “la información que Internet pone a su disposición es inmensamente más amplia e incluso más profunda que aquella de la que dispone el profesor (. . .) Internet le dice “casi todo”, salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información”. Esto es lo que un profesor hace para con sus alumnos: enseñar a buscar y a discernir entre tanta información lo bueno, lo bello y lo verdadero. El maestro tendrá que enseñar a sus alumnos a superar las coordenadas de la sociedad del consumo para la cual pareciera que hay que educar. No pocas veces me pregunto si la visión antropológica que subyace en la educación y en las políticas de estado no es la de un “homo economicus” que busca su propio interés de forma individualista. En su última encíclica el Papa Francisco nos invita a educar en “la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y recibir a todos” (FT 86). Otra de las coordenadas para salir mejores del tiempo posCovid-19 es educar en la cultura del encuentro “con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias; la gracia de enviarnos, con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz” (FT 254). El Papa Francisco nos interpela sobre qué responsabilidad tenemos con los otros y, especialmente con aquellos que piensan distinto, planteándonos un salto cualitativo en cómo habitar el mundo, una nueva forma que a la estamos llamados a educar y aprender. La fraternidad como modo de ser vital requiere un camino educativo, mucho aprendizaje y escucha para recuperar el sentido de acercamiento con los otros y posicionarnos de manera dialógica. El Sumo Pontífice afirmó: “Lo que se necesita es que haya diversos cauces de expresión y de participación social. La educación está al servicio de ese camino para que cada ser humano pueda ser artífice de su destino” (FT 187). El ser actores de nuestros propios destinos, no egoístamente, sino fraternalmente, junto a otros.

La escuela pueda ayudar mucho a los jóvenes a ser protagonistas de sus vidas, a tener pensamiento crítico y reflexivo discerniendo desde la luz del Evangelio las distintas realidades con las que se encontrará. Una buena educación hará una persona capaz de dialogar aun con los más diferentes en concepciones e ideas pero sin renunciar nunca a su identidad creyente, así como lo hizo San Francisco de Asís en 1219 con el sultán Malik al-Kamil. Imitando la huella del Santo de Asís, el Papa Francisco en febrero de año pasado se encontró a dialogar el imán Sheikh Ahmed al Tayeb llegando a coincidir en varios puntos comunes.
Imaginemos, soñemos, como le gusta decir al Papa Francisco, que los docentes de cada una de las disciplinas en nuestras escuelas se deje interpelar por el Evangelio, se animen a pensar puentes de diálogo entre sus áreas específicas y la propuesta de Jesús. La verdadera expertis de un docente consistirá en ser constructores de puentes entre los distintos saberes y la “Buena Noticia”. Algo que nos ayudará a romper los sesgos ideológicos que no pocas veces nos encontramos en las aulas y en los claustros universitarios.

Como recuerda un gran axioma de la teología: “lo verdadero, bueno y bello” une, fraterniza, porque ancla en la realidad. La ideología separa porque se abreva en el plano de las ideas separadas de la realidad. En Evangelii Gaudium nos deja un camino en el cual “la unidad prevalece sobre el conflicto; la realidad es más importante que la idea; el todo es superior a la parte”.

La educación sin lugar a dudas, es uno de los “locus” existenciales para colaborar en la obra común que nos permita salir mejores de esta pandemia.

Por el Pbro. Juan Manuel Ribeiro
Coordinador del consejo de escuelas de la Vicaria de Educación del arzobispado de Buenos Aires