Dentro de la 3° asamblea sinodal, llevada a cabo el pasado 23 de octubre, una de las invitadas a exponer fue Mariana Fuentes, referente de normativa de la Vicaría de Educación. A continuación compartimos sus palabras:

Me pidieron compartir mi experiencia de transmisión de la fe ante los desafíos de la cultura actual como esposa, madre y educadora. Soy Mariana, educadora desde hace ya 36 años, esposa de Alejandro, Psicólogo y Director de un Secundario, desde hace 20, y mamá de Agustín, de 18, estudiante de Ingeniería. Mamé la fe desde muy pequeña, de la mano de una mamá piadosa y servicial, y un papá teólogo y sabio, una fe que tuve la gracia de ayudar a crecer desde distintas comunidades escolares y parroquiales, que me fueron acogiendo a lo largo del camino. Desde que tengo memoria trato de compartir ese tesoro que recibí con los demás. Y debo decir que en todos estos años, nunca me ha resultado tan desafiante y compleja la tarea como en estos últimos tiempos que estamos transitando. Las familias cambiaron, ya no todos compartimos los valores en los que queremos educar a nuestros hijos. La escuela católica cambió, hoy es un espacio de frontera, al cual acuden muchos y muchas sin buscar en ella un mensaje evangelizador. La cultura cambió. Ley de género, legalización del aborto, profusión de pañuelos de diversos colores que expresan la diversidad de pensamientos y sentimientos que hoy conviven en nuestra cultura, haciéndonos más distantes unos de otros. Y en medio de esto, veo, como nunca, cantidad de heridos en el camino. Y veo también, como nunca antes, una Iglesia que busca seguir fiel a su misión, pero a la que le cuesta mucho encontrar cómo hacerlo.

Soy Iglesia, me siento Iglesia, amo a mi Iglesia. Pero también en algunas ocasiones me duele mi Iglesia, cuando no sabemos estar a la altura de lo que necesitan nuestros hijos, los hijos de nuestro tiempo, cuando nos atrincheramos y vemos en el otro a un enemigo y no a un hermano que piensa diferente, cuando nos paramos en el lugar de quien” le dice” al otro y no en el de quien camina a la par. Y voy aprendiendo, de a poco, a tener la valentía de reconocerlo y de decirlo. Porque me tocó ver, con dolor, cómo muchos, en vez de sentirse amados, se sintieron juzgados. Encontré como mamá que mi hijo, que ama a mi Iglesia tanto o más que yo, era capaz de una mirada más misericordiosa que la mía, más empática, en el fondo más evangélica.

No tengo fórmulas, no tengo respuestas, pero creo sinceramente que la clave está en salir al encuentro, como lo hizo Jesús con la Samaritana. Animarnos como Él a “pisar Samaría”, la tierra que los judíos como Él no pisaban.…. y eso nos va a obligar a “acercarnos a tantos pozos”, a entrar en un diálogo de corazones, a perder el miedo a embarrarnos por pisar una tierra que nos es desconocida y que a veces nos asusta, con la certeza de tener un tesoro para compartir, no para imponer, una identidad que vale la pena dar a conocer, pero que dialoga con las demás identidades y las respeta, y lo hace desde un lugar sencillo, maternal y amoroso, viendo en cada rostro a nuestro propio hijo, con esa mirada Misericordiosa con la que solo Dios nos sabe mirar. Y con la esperanza puesta en que quizá, algún día, sin darnos cuenta, nos encontraremos adorando al Padre en espíritu y en verdad.

Mariana Fuentes, Vicaría Pastoral de Educación.