Antecedentes del Pacto Educativo Global

en el magisterio de Francisco

(Curso de Rectores -CONSUDEC- febrero 2022)

 

Comienzo esta charla con un texto de la Escritura del capítulo 5 del Evangelio de San Mateo. Jesús, después de elegir a los discípulos y ya pasada la prueba del desierto, inicia sus primeras actividades en Nazaret. El evangelista nos narra el encuentro con la multitud:

1 Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.

2 Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

3 «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

4 Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

5 Felices los afligidos, porque serán consolados.

6 Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

7 Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

8 Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

9 Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

10 Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

11 Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.

12 Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

Hemos escuchado lo que se llama la Carta Magna de los cristianos. El Papa dice que las Bienaventuranzas y Mateo, capítulo 25, son los dos ejes de la espiritualidad cristiana. Y todo esto ha comenzado con la docencia de Jesús, ya que viendo a la multitud se puso a enseñarles. Entonces con la misma actitud que nos enseña el Divino Maestro, vamos a comenzar esta charla acerca de lo que nos ocupa: el Pacto educativo Global.

En el mensaje para el lanzamiento de este Pacto, el 12 de septiembre de 2019, el Papa Francisco describe el contexto de su propuesta: «Vivimos un cambio de época: una metamorfosis no solo cultural sino también antropológica que genera nuevos lenguajes y descarta, sin discernimiento, los paradigmas que la historia nos ha dado».

Como ya lo advierte el Instrumento de Trabajo, la iniciativa del Papa «no es una idea nueva ni repentina, sino la traducción concreta de una visión y de un pensamiento expresados con frecuencia en sus discursos». Es cierto, la educación y la transmisión de la fe ocupan un lugar de preeminencia en el magisterio del Papa Francisco. Por eso considero conveniente volver sobre los documentos que dieron origen a la propuesta que hoy nos ha convocado: el Pacto Educativo Global. Pienso que conocer la temprana enseñanza acerca de la educación, nos puede ayudar a comprender mejor el alcance de su intuición pastoral en el plano educativo como obra evangelizadora de la Iglesia.

Ya en su primer año de servicio a la cátedra de San Pedro, el tema apareció en el contexto de su primera Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, que recogía las conclusiones aprobadas por el Sínodo convocado por Benedicto XVI en octubre de 2012 con el lema: «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana». Ahí nos decía: «Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores»[1]. Y el camino es «… poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres»[2].

El Pontífice sueña y nos invita a soñar juntos: «Pero queremos más todavía, nuestro sueño vuela más alto. No hablamos sólo de asegurar para todos, la comida o un “decoroso sustento”, sino de que tengan “prosperidad sin exceptuar bien alguno”. Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente trabajo, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común»[3].

El Sínodo que trató acerca de la familia en el mundo contemporáneo, realizado en dos Asambleas Generales (2014 y 2015), concluyó con la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, donde el Papa Francisco dedicó un capítulo a la educación de los hijos. En ese documento, los Padres sinodales quisieron enfatizar también que «uno de los desafíos fundamentales frente al que se encuentran las familias de hoy es seguramente el desafío educativo, todavía más arduo y complejo a causa de la realidad cultural actual y de la gran influencia de los medios de comunicación»[4]. En esa oportunidad, el Santo Padre se dirigió a las familias para advertir que «la educación integral de los hijos es «obligación gravísima», a la vez que «derecho primario» de los padres […]. El Estado ofrece un servicio educativo de manera subsidiaria, acompañando la función indelegable de los padres, que tienen derecho a poder elegir con libertad el tipo de educación –accesible y de calidad– que quieran dar a sus hijos según sus convicciones. La escuela no sustituye a los padres sino que los complementa»[5]. Y en ese mismo párrafo de la Exhortación advierte que «se ha abierto una brecha entre familia y sociedad, entre familia y escuela, el pacto educativo hoy se ha roto; y así, la alianza educativa de la sociedad con la familia ha entrado en crisis»[6].

Como si hubiese dicho pocas cosas sobre la familia, considerada espacio primario del proceso educativo, vuelve sobre esta temática en el capítulo séptimo de Amoris Laetitia y anima a fortalecer la educación de los hijos en los valores éticos y morales, que los habiliten para la convivencia social y pública. Con ese propósito, señala que «la educación entraña la tarea de promover libertades responsables, que opten en las encrucijadas con sentido e inteligencia; personas que comprendan sin recortes que su vida y la de su comunidad está en sus manos y que esa libertad es un don inmenso»[7]. Igualmente descansa sobre la familia «la tarea de una educación de la voluntad y un desarrollo de hábitos buenos e inclinaciones afectivas a favor del bien»[8]. El Papa está convencido de que esa enseñanza encuentra su mejor cátedra en la familia, porque «es el ámbito de la socialización primaria, porque es el primer lugar donde se aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir. La tarea educativa tiene que despertar el sentimiento del mundo y de la sociedad como hogar, es una educación para saber “habitar”, más allá de los límites de la propia casa»[9].

Hoy los niños, adolescentes y jóvenes tienen variedad de ámbitos en los que reciben enseñanzas (movimientos, grupos de referencia, clubes y círculos de amigos, etc.), y muchas de ellas son buenas. Pero es en la familia donde los hábitos se alientan con insistencia, son corregidos amorosamente por los padres, y no pocos tienen la posibilidad de recibir el consejo y testimonio de vida de los abuelos. También la familia es escuela de compasión ante el sufrimiento del semejante, y al respecto el Papa señala que «una educación que deja de lado la sensibilidad por la enfermedad humana, aridece el corazón; y hace que los jóvenes estén “anestesiados” respecto al sufrimiento de los demás, incapaces de confrontarse con el sufrimiento y vivir la experiencia del límite»[10].

Con oportunidad de haberse celebrado el Sínodo de los Jóvenes (2018), Francisco compuso la Exhortación Apostólica Christus Vivit. Escrita en un lenguaje coloquial y cercano, son conmovedoras las palabras iniciales: «Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!»[11].

Durante décadas, nuestras instituciones educativas llevaron un programa de pastoral que «necesita una urgente autocrítica si vemos los resultados que deja la enseñanza religiosa y la catequesis en muchas de ellas; mantienen una pastoral concentrada en la instrucción religiosa que a menudo es incapaz de provocar experiencias de fe perdurables. Además, hay algunos colegios católicos que parecen estar organizados sólo para la preservación»[12]. Por el contrario, los que han optado por una pastoral educativa renovada, introducen un cambio, ya que incluye a docentes, directivos, administrativos y alumnos como sujetos de la evangelización.

Partiendo de la premisa de una Iglesia que asume la tarea educativa como medio para evangelizar, pero sin excluir a nadie, el Papa tiene palabras de elogio para las «instituciones educativas de la Iglesia que son un ámbito comunitario de acompañamiento que permite orientar a muchos jóvenes, sobre todo cuando “tratan de acoger a todos, independientemente de sus opciones religiosas, proveniencia cultural y situación personal, familiar o social. De este modo la Iglesia da una aportación fundamental a la educación integral de los jóvenes en las partes más diversas del mundo”». Por el contrario, si se aplican «criterios rígidos para el ingreso de estudiantes o para su permanencia en ellas, privarían a muchos jóvenes de un acompañamiento que les ayudaría a enriquecer su vida»[13]. Esto se logra cuando nuestros colegios y universidades asumen una actitud de salida misionera: en esto consiste un pacto educativo, «cuando reconocemos al otro, diferente de nosotros, no como una amenaza a nuestra identidad, sino a un compañero de viaje»[14].

«La escuela católica sigue siendo esencial como espacio de evangelización de los jóvenes. Es importante tener en cuenta algunos criterios inspiradores señalados en Veritatis gaudium en vista a una renovación y relanzamiento de las escuelas y universidades “en salida” misionera, tales como: la experiencia del kerygma, el diálogo a todos los niveles, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, el fomento de la cultura del encuentro, la urgente necesidad de “crear redes” y la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha. También la capacidad de integrar los saberes de la cabeza, el corazón y las manos»[15].

Por otra parte, pensando en el mundo de los jóvenes y sus búsquedas auténticas, Francisco invita a «no separar la formación espiritual de la formación cultural. La Iglesia siempre quiso desarrollar para los jóvenes espacios para la mejor cultura. No debe renunciar a hacerlo porque los jóvenes tienen derecho a ella. Y “hoy en día, sobre todo, el derecho a la cultura significa proteger la sabiduría, es decir, un saber humano y que humaniza”»[16].

En Christus vivit el Papa sostiene que el estudio en los jóvenes tiene razón en sí mismo y no se lo debe reducir a un criterio funcional, por eso, es contrario a los que, «desacreditando el sacrificio, inculcan la idea de que el estudio no es necesario si no da inmediatamente algo concreto. No, el estudio sirve para hacerse preguntas, para pensar, para no ser anestesiados por la banalidad, para buscar sentido en la vida. Se debe reclamar el derecho a que no prevalezcan las muchas sirenas que hoy distraen de esta búsqueda»[17].

Y tratándose de «sirenas» que hoy atraen a los jóvenes, Francisco echa mano de sus conocimientos de las humanidades. En este caso, espigando de La Odisea de Homero, toma dos ejemplos y los propone a los educadores: «Ulises, para no rendirse al canto de las sirenas, que seducían a los marineros y los hacían estrellarse contra las rocas, se ató al árbol de la nave y tapó las orejas de sus compañeros de viaje con cera. En cambio, Orfeo, para contrastar el canto de las sirenas, hizo otra cosa: entonó una melodía más hermosa, que encantó a las sirenas. Esta es su gran tarea: responder a los estribillos paralizantes del consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la investigación, el conocimiento y el compartir»[18].

También hay sirenas que invitan sutilmente a los jóvenes a desarraigarse de sus raíces culturales y religiosas: son las formas de un colonialismo cultural que propone mirar solo el futuro sin tener en cuenta tradiciones, historia de los pueblos, riquezas sapienciales y saberes ancestrales, virtudes y valores transmitidos en familia. Por eso, el Papa ve con claridad que un Pacto Educativo debe asumir «el compromiso de la Iglesia para acompañarlos en este paso sin que pierdan los rasgos más valiosos de su identidad»[19]. Si la educación tiene entre sus objetivos la transmisión de la cultura e identidad de un pueblo, no puede dejar de denunciar «una tendencia a “homogeneizar” a los jóvenes, a disolver las diferencias propias de su lugar de origen, a convertirlos en seres manipulables hechos en serie. Así se produce una destrucción cultural, que es tan grave como la desaparición de las especies animales y vegetales»[20].

En el Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo (12 de septiembre de 2019), Francisco invitó a posicionarnos ante el cambio de época que estamos viviendo (algunos lo llaman cambio epocal, para distinguirlo de una simple época de cambios). Para eso, debemos restituir a la persona en el centro de los acontecimientos, «y a partir de una sana antropología, encontrar otros modos de entender la economía, la política, el crecimiento y el progreso»[21].

Coherente con este principio, el magisterio social del Papa Francisco ha sacado a la luz los desafíos más sensibles para la Iglesia y la comunidad humana. Así se hizo eco de temas como la familia, el cuidado de la creación y los pobres, los niños y jóvenes, los refugiados, los inmigrantes, los ancianos descartados en sociedades insensibles: son los rostros de una pobreza indigna, que crece escandalosamente en muchas partes del mundo, una herida de la humanidad que las estadísticas ponen en cifras, a la vez que se invisibiliza el sufrimiento de millones de personas. Muchas de estas causas son escuchadas y asumidas por el Papa en un magisterio que por momentos alcanza una proyección insospechable como Laudato si’, cuyo pensamiento y orientaciones ocupa la agenda de foros internacionales, universidades, y sigue despertando adhesiones en muchos ambientes intelectuales, pastorales, movimientos populares y académicos.

Precisamente, en la encíclica sobre la Casa común –mayo de 2015–, después de describir el estado del planeta azul a causa de dos siglos de políticas devastadoras –cuyas consecuencias las padecen principalmente los pobres–, Francisco, con el deseo de iniciar una estrategia común de cambio, propone una nueva mirada contemplativa sobre el mundo y la necesaria relación de fraternidad, que con matices está presente en todas las culturas del mundo: «Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos»[22].

A pesar de que el cuadro actual por momentos se presenta como irrefrenable, Francisco apuesta a la educación de las nuevas generaciones. Su prédica y denuncia profética lograron que programas educativos para la alianza entre la humanidad y el ambiente[23] se instalasen en muchos espacios curriculares en nuestras escuelas e institutos, para alentar y promover entre los niños, adolescentes y jóvenes una nueva sensibilidad ecológica integral que, si bien ha ampliado sus objetivos, sigue centrada en la información científica y en la concientización y prevención de riesgos ambientales, reduciendo la mirada integradora a la que nos lleva la encíclica. El Papa insiste en desarrollar armoniosamente una educación acompañada de una espiritualidad ecológica, que «debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Por otra parte, hay educadores capaces de replantear los itinerarios pedagógicos de una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión»[24].

Desde Roma, el Papa celebra que en muchos pueblos hay movimientos culturales que promueven los jóvenes como reacción ante el pragmatismo utilitarista; la más de las veces lo hacen ascendiendo por el camino de la belleza, el arte, la música y sus canciones que inauguran una nueva relación estética entre la humanidad y la creación; es una nueva mirada estética a la que adhieren millones en el mundo. En ese sentido escribe en Laudato si’: «La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado»[25].

La encíclica Fratelli tutti –octubre del 2020–, en línea con los grandes documentos sociales de la Iglesia y marcado estilo sinodal, muestra su apertura ecuménica e interreligiosa cuando declara que «si en la redacción de la Laudato si’ tuve una fuente de inspiración en mi hermano Bartolomé, el Patriarca ortodoxo que propuso con mucha fuerza el cuidado de la creación, en este caso me sentí especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb»[26]. A la hora de su lectura, el documento de Abu Dabi, sobre la fraternidad humana por la paz y la convivencia común, de febrero del 2019, deberá ser tenido en cuenta como fuente de inspiración próxima. Creo que a todos nos ha hecho bien aquella declaración conjunta que se nutre de las raíces abrahámicas y se proyecta como una luz de esperanza sobre la gran familia humana: «En nombre –así comienza el documento– de la fraternidad humana que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales. En el nombre de esta fraternidad golpeada por las políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres»[27]. El mismo Papa reconoce que la encíclica recoge y desarrolla los grandes temas planteados en aquel documento que firmaron juntos.

En la encíclica sobre la fraternidad universal podemos ver antecedentes de un pacto educativo integral y sin exclusión, ya que allí advierte: «Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la fraternidad será una expresión romántica más»[28].

La educación es una cuestión de amor, ha repetido varias veces Francisco en diversas intervenciones públicas, y si ese amor se transforma en una opción preferencial por los últimos, podremos hacer nuestras sus causas y cooperar a su dignidad. Al respecto señala: «Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad…  La educación está al servicio de ese camino para que cada ser humano pueda ser artífice de su destino»[29].

El pensamiento amplio de una ecología integral que pone en primer plano el dolor de los pobres como consecuencia inmediata de un destrato salvaje de la Casa Común y la aspiración de trazar puentes solidarios en una sociedad que se reconoce fraterna –sin lo cual no hay base sólida y auténtica para la amistad social–, son categorías que echan luz para avizorar un nuevo humanismo cristiano, que reaviva la esperanza de un mundo más humano y con posibilidad para todos. Hacia el final de Fratellli tutti, Francisco nos recuerda: «Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos»[30].

El 1° de enero de este año recibimos del Santo Padre el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. El lema propuesto es: Diálogo entre generaciones, educación y trabajo. «Estos tres elementos son esenciales para la gestación de un pacto social, sin el cual todo proyecto de paz es insustancial»[31].

Después de lamentar que el presupuesto para la instrucción y la educación ha disminuido significativamente en los últimos años, Francisco piensa en una paz posible si «la inversión en la educación estuviera acompañada por un compromiso más consistente orientado a promover la cultura del cuidado. Esta cultura, frente a las fracturas de la sociedad y a la inercia de las instituciones, puede convertirse en el lenguaje común que rompa las barreras y construya puentes. “Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación”». Por consiguiente, es necesario forjar un nuevo paradigma cultural a través de «un pacto educativo global para y con las generaciones más jóvenes, que involucre en la formación de personas maduras a las familias, comunidades, escuelas y universidades, instituciones, religiones, gobernantes, a toda la humanidad». Un pacto que promueva la educación a la ecología integral según un modelo cultural de paz, de desarrollo y de sostenibilidad, centrado en la fraternidad y en la alianza entre el ser humano y su entorno»[32].

La emergencia educativa en Argentina es una realidad y Buenos Aires no es una excepción. El número de pobres es alto y se distribuyen en grandes villas, asentamientos, conventillos y hacinados departamentos para los últimos inmigrantes. El Cardenal Bergoglio, durante el tiempo que le tocó pastorear esta porción del pueblo de Dios, promocionó la creación de escuelas parroquiales con los tres niveles de enseñanza, en el interior de los barrios populares. Si bien la presencia cercana de escuelas de gestión pública realiza una ardua tarea, con maestros entregados a su noble oficio, no obstante, no llegan a cubrir la ingente demanda de niños, adolescentes y jóvenes. En las villas, la deserción escolar es notablemente más alta de la que señalan las estadísticas para el resto del país. En ese medio tan vulnerable, los desafíos reclaman una cuota de creatividad educativa que va más allá de su específica misión. Con la premisa de «aceptar la vida como viene», la escuela hace frente a situaciones-límite que reclaman especial asistencia: muy pocas casas con ambientes aptos para que los niños completen las tareas; las adolescentes embarazadas que prematuramente abandonan la escuela; los jóvenes adictos; los trabajos informales que substraen de las clases a alumnos de cualquier edad, incluso con posibilidades para aquellos jóvenes que están comprometidos con el narco-menudeo. A todos ellos, los sacerdotes, docentes y directivos de la escuela se organizan para salir a buscarlos, abrazarlos e invitarlos a que regresen al colegio. Es la fuerza de la esperanza cristiana[33] que abre posibilidades donde otros ven fracasos. A casi dos décadas de esta opción preferencial por la educación a los más postergados, cuatro de las seis grandes villas de la ciudad, con la asistencia y apoyo del estado, sostienen con muchos frutos esta modalidad educativa, la que se está replicando en barriadas enormes del conurbano bonaerense[34].

Está visto que cuando el Papa piensa y escribe sobre educación, su intención sobrevuela más allá de las fronteras de la educación católica y privada en general. Si bien es cierto que somos los primeros destinatarios de su magisterio y espera una recepción personal y comunitaria, el ideario de un Pacto, una alianza, un gran y serio acuerdo sostenido en el tiempo por parte de las autoridades públicas para superar la emergencia educativa mundial, es el camino que nos llevará a un renovado «humanismo solidario, que responda a las esperanzas del ser humano y al diseño de Dios»[35].

Mario Aurelio Cardenal Poli

 

[1] EG 64.
[2] EG 97.
[3] EG 192.
[4] AL 84.
[5] Ibidem.
[6] Ibidem.
[7] AL 262.
[8] AL 264.
[9] AL 276.
[10] AL 277.
[11] ChrV 1.
[12] ChrV 221.
[13] ChrV 247.
[14] Cfr. Instrumentum laboris.
[15] ChrV 222
[16] ChrV 223.
[17] Ibidem.
[18] Ibidem.
[19] ChrV 185.
[20] ChrV 186.
[21] Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo, 12 de septiembre 2019.
[22] Laudato si’ 11.
[23] Cf. Laudato si’ 209 ss.
[24] Laudato si’ 210.
[25] Laudato si’ 215.
[26] Fratelli tutti 5.
[27] Fratelli tutti 285.
[28] Fratelli tutti 109.
[29] Fratelli tutti 187.
[30] Fratelli tutti 277.
[31] Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la 55 Jornada Mundial de la Paz, 1-I-2022, 1.
[32] Ibidem, 3.
[33] Catecismo de la Iglesia Católica, 1818.
[34] El método tiene su antecedente en la obra evangelizadora de los padres jesuitas en América Latina. Para implantar la Iglesia y llevar a cabo la promoción humana de los pueblos indígenas, la escuela de primeras letras y la de Artes y Oficios han sido un instrumento privilegiado y muy cuidado. Véase: Guillermo Furlong S.J., Misiones y sus pueblos de guaraníes, Ed. Lamicop y Cía. S. A., Posadas (Misiones) 1978, 449-616.
[35] Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo, 12 de septiembre 2019.