La difusión de la COVID-19 ha cambiado profundamente nuestra existencia y forma de vida: «Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa»(1). A las dificultades sanitarias, se añadieron las económicas y sociales. Los sistemas educativos de todo el mundo han sufrido la pandemia tanto a nivel escolar como académico. En todas partes se han hecho esfuerzos por garantizar una respuesta rápida mediante plataformas digitales para la enseñanza a distancia, pero su eficacia se ha visto condicionada por una marcada disparidad en las oportunidades educativas y tecnológicas. Según datos recientes proporcionados por organismos internacionales, alrededor de diez millones de niños no podrán acceder a la educación en los próximos años, lo que aumentará la brecha educativa ya existente.

A esto se añade la dramática situación de las escuelas y universidades católicas que, sin el apoyo económico del Estado, corren el riesgo de ser cerradas o reducidas radicalmente. A pesar de ello, las instituciones educativas católicas (escuelas y universidades) han podido, también en este caso, ubicarse a la vanguardia de la preocupación educativa, y se han puesto al servicio de la comunidad eclesial y civil, para asegurar un servicio educativo y cultural público en beneficio de toda la comunidad.

Educación y relación

En este contexto, lamentablemente todavía incontrolado en diferentes partes del mundo, han surgido algunos desafíos. En primer lugar, la enseñanza a distancia —aunque necesaria en este momento extremadamente crítico— ha demostrado cómo el entorno educativo formado por personas que se encuentran interactuando, directamente y «en presencia», no sea simplemente un contexto accesorio de la actividad educativa, sino la sustancia misma de esa relación de intercambio y de diálogo (entre profesores y alumnos), indispensable para la formación de la persona y para una comprensión crítica de la realidad. En las aulas, clases y talleres crecemos juntos, y construimos una identidad de relación. En todas las edades de la vida, pero con mayor razón en la infancia, en la adolescencia y en los primeros años de la edad adulta, el proceso de crecimiento psicopedagógico no puede realizarse sin el encuentro con los demás y la presencia del otro que suscita las condiciones necesarias para que florezcan la creatividad y la inclusión. En el ámbito de la investigación científica, de la investigación académica y, en general, de la actividad didáctica, las relaciones interpersonales constituyen el «lugar» donde la transdisciplinariedad y la interdisciplinariedad emergen como criterios culturales fundamentales para frenar los riesgos de fragmentación y desintegración del conocimiento, así como para la apertura de este mismo conocimiento a la luz de la revelación.

La formación de los formadores

La propagación y persistencia generalizada de la pandemia a lo largo del tiempo también ha creado una sensación generalizada de incertidumbre entre los maestros y educadores. Su inestimable contribución — que ha cambiado profundamente a lo largo de los años, tanto desde el punto de vista social como técnico — necesita ser apoyada a través de una sólida formación continua que sepa responder a las necesidades de los tiempos, sin perder esa síntesis entre fe, cultura y vida, que es la clave peculiar de la misión educativa llevada a cabo en las escuelas y universidades católicas. Los profesores tienen muchas responsabilidades y su compromiso debe transformarse cada vez más en una acción real, creativa e inclusiva. Gracias a ellos, se alimenta un espíritu de fraternidad y de compartir no sólo con los discentes, sino también entre generaciones, religiones y culturas, así como entre el hombre y el medio ambiente.

La persona en el centro

Para ello, es necesario poner siempre en el centro de la acción educativa la relación con la persona concreta y entre las personas reales que componen la comunidad educativa; una relación que no encuentra suficiente espacio en la interacción mediada por una pantalla o en las conexiones impersonales de la red digital. La persona concreta y real es el alma misma de los procesos educativos formales e informales, así como una fuente inagotable de vida debido a su naturaleza esencialmente relacional y comunitaria, que implica siempre la doble dimensión vertical (abierta a la comunión con Dios) y horizontal (comunión entre los hombres). La educación católica —inspirada en la visión cristiana de la realidad en todas sus expresiones— tiene como objetivo la formación integral de la persona, llamada a vivir responsablemente una vocación específica en solidaridad con otras personas.

En un mundo donde «todo está íntimamente relacionado»(2), nos sentimos unidos para encontrar — según la antropología cristiana — nuevos caminos formativos que nos permitan crecer juntos utilizando los instrumentos relacionales que nos ofrece la tecnología actual, pero sobre todo abriéndonos a la insustituible escucha sincera de la voz del otro, dando tiempo para una reflexión y planificación comunes, atesorando historias personales y proyectos compartidos, las enseñanzas de la historia y la sabiduría de las generaciones pasadas. En tal proceso de formación en la relación y en la cultura del encuentro, la «casa común» con todas las criaturas encuentra también espacio y valor, ya que las personas, cuando se forman en la lógica de la comunión y de la solidaridad, están trabajando «para recuperar la serena armonía con la creación»(3) y para configurar el mundo como un «espacio de una verdadera fraternidad» (cfr. Gaudium et spes, 37).

El servicio como fin

La situación actual ha puesto de manifiesto la necesidad de un pacto educativo cada vez más comunitario y compartido que — apoyándose en el Evangelio y en las enseñanzas de la Iglesia — contribuya en sinergia generosa y abierta a la difusión de una auténtica cultura del encuentro. Por esta razón, las escuelas y universidades católicas están llamadas a formar personas que estén dispuestas a ponerse al servicio de la comunidad. En el servicio, de hecho, podemos experimentar que hay más alegría en dar que en recibir (cfr. Hch, 20,35), y que el nuestro ya no puede ser un tiempo de indiferencia, egoísmo y divisiones: «El mundo entero está sufriendo y debe encontrarse unido para hacer frente a la pandemia», ya que «el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace ninguna diferencia de personas»(4). La formación al servicio de la sociedad para la promoción del bien común llama a todos a «unir los esfuerzos por una alianza educativa amplia para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones, y reconstruir el tejido de las relaciones para una humanidad más fraterna»(5).

Trabajar en red

La evidencia de que «la pandemia ha puesto de relieve lo vulnerables e interconectados que estamos todos»(6) pide a las instituciones educativas —católicas y no católicas— que contribuyan a la realización de una alianza educativa que, como en un movimiento de equipo, tenga el objetivo de «encontrar el paso común para reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión»(7). Esto puede fomentarse mediante una red de cooperación más integrada, que se configura como un punto de partida para fijar y compartir algunos objetivos esenciales hacia los que convergen —de manera creativa y concreta— modelos de coexistencia alternativos, en respuesta a aquellos de una sociedad masificada e individualista(8). Se trata de una responsabilidad amplia y abierta a todos los que se preocupan por la construcción de un proyecto educativo renovado a largo plazo, basado en exigencias éticas y normativas compartidas. La pastoral escolar y universitaria y cada uno de los cristianos presentes en todas las instituciones educativas pueden dar una valiosa contribución.

Conclusión

La Congregación para la Educación Católica —como ya se expresó en el comunicado del 14 de mayo de 2020— renueva su cercanía y expresa su profundo agradecimiento a todas las comunidades educativas de las instituciones educativas y universidades católicas que, a pesar de la emergencia sanitaria, han garantizado la realización de sus actividades para no interrumpir esa cadena educativa que está en la base no solo del desarrollo personal sino también de la vida social. En la perspectiva de la futura planificación escolar y académica, a pesar de las incertidumbres y preocupaciones, los responsables de la sociedad están llamados a dar mayor importancia a la educación en todas sus dimensiones formales e informales, coordinando los esfuerzos para apoyar y asegurar, en estos tiempos difíciles, el compromiso educativo de todos.

Es hora de mirar hacia adelante con coraje y esperanza. Las instituciones educativas católicas tienen en Cristo —camino, verdad y vida (cfr. Jn 14,6) — su fundamento y una fuente perenne de «agua viva» (cfr. Jn 4,7-13) que revela el nuevo sentido de la existencia y la transforma. Por lo tanto, nos sostenga la convicción de que en la educación habita la semilla de la esperanza: una esperanza de paz y de justicia.

Ciudad del Vaticano, 10 de septiembre de 2020

Giuseppe Card. Versaldi
Prefecto

Angelo Vincenzo Zani
Arz. tit. de Volturno
Secretario


1. PAPA FRANCISCO. Momento extraordinario de oración en el atrio de la Basílica de San Pedro, 27 de marzo de 2020.
2. PAPA FRANCESCO. Carta encíclica Laudato si’, 24 de mayo de 2015, 137.
3. PAPA FRANCISCO. Carta encíclica Laudato si’, 24 de mayo de 2015, 225.
4. PAPA FRANCISCO. Mensaje Urbi et Orbi, 12 de abril de 2020.
5. PAPA FRANCISCO. Mensaje en ocasión del lanzamiento del Pacto educativo, 12 de septiembre de 2019.
6. PAPA FRANCISCO. Audiencia general, 12 de agosto de 2020.
7. PAPA FRANCISCO. Discurso a los participantes a la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Educación Católica, 20 de febrero de 2020.
8. Cfr CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. Educar al humanismo solidario. Para construir una civilización del amor a los 50 años de la Populorum progressio, 16 de abril de 2017, VI.

Congregación para la Educación Católica