Mucho se ha comentado del papel propedéutico de la filosofía respecto de la teología. La filosofía como un hall de entrada a la teología, como quien le daba en préstamo las reflexiones del humanismo universal y el lenguaje para aproximarse a Dios. Pero es el lenguaje y la literatura las que permiten al hombre expresarse, y más aun comunicarse. Esta es una dimensión que el hombre tiene por ser imagen y semejanza de un Dios Trinidad que es la pura comunicación. A la vez, “el ser dialógico (homo loquens) puede libremente alcanzar su plenitud en la inmerecida elevación a un diálogo con la Palabra que le dio la existencia”1 y lo hace gracias a que tiene palabras. La Palabra le dio al ser humano la capacidad de tener palabras. Esas palabras nos permiten comunicarnos y entrar en diálogo y comunión con los demás y con Dios.

Las palabras con las cuales nos expresamos en la literatura son entonces imagen y semejanza de la Palabra con mayúscula.

La literatura desde sus comienzos estuvo imbuida por lo religioso. De esta forma, como señalaba Mons. Aguer “Los clásicos cristianos reeditaron los temas del viejo humanismo, los eternos problemas del hombre; los han profundizado y transfigurado, buceando en las tétricas anfractuosidades del corazón y alzándose hasta sus exaltaciones sublimes. Así lo hicieron Dante, Shakespeare, Cervantes, Racine y Dostoiewsky, y tantos otros. a literatura del siglo XX y en general la literatura occidental moderna no pueden desmentir su condición nativa: florecieron en suelo cristiano. La buena literatura, bien leída, puede ser una propedéutica que lleve al cristianismo y un instrumento adecuado para la educación en la fe”2. Por lo cual no se puede oponer la literatura y la Fe. Aun más, el gran teólogo Romano Guardini señalaba este “acercamiento inclusivo y rechazó la posición conservadora que exigía optar entre literatura católica o literatura profana. Gracias a esta orientación, Guardini propició un encuentro entre los puntos de vista sobre la existencia humana de los grandes escritores de Occidente y la sabiduría de la tradición judeo-cristiana”3.

En la literatura actual tenemos ejemplos como el de Tolkien quien “sigue la misma senda de los primeros pensadores católicos, como san Justino, el mártir y filósofo, o Clemente de Alejandría, que buscaron y descubrieron en las enseñanzas de los antiguos sabios paganos las llamadas semina verbi (semillas del Logos, Nuestro
Señor Jesucristo), que anticipaban la revelación cristiana. En el mismo sentido podemos descubrir en las historias de J.R.R. Tolkien muchos elementos cristianos consistentes que no son totalmente explícitos, sino más bien señales, símbolos, que pretenden guiar a los lectores a la plenitud de la fe cristiana”4.

En la poesía encontramos numerosos exponentes de la apertura a lo religioso, solo basta mencionar el poemario religioso de la escritora chilena Gabriela Mistral, rescatado por el Papa Francisco en su viaje apostólico en Chile: “Tierra bendecida por el Creador con la fertilidad de inmensos campos verdes, con los bosques cuajados de imponentes araucarias”5.

Ella misma reconociendo a la Biblia como literatura, nos narra como las letras de las Sagradas Escrituras la ayudaron a reencontrarse con su Fe después de buscarla a tientas por otros y diversos caminos:
“Entre los 23 y los 35 años, yo me releí Biblia, muchas veces, pero bastante mediatizada con textos religiosos orientales, opuestos a ella por un espíritu místico que rebana lo terrestre. Devoraba yo el budismo a grandes sorbos; lo aspiraba con la misma avidez que el viento en mi montaña andina de esos años. Eso era para mí el budismo: un aire de filo helado que a la vez me excitaba y me enfriaba la vida interna; pero al regresar, después de semanas de dieta budista, a mi vieja Biblia de tapas resobadas, yo tenía que reconocer que en ella estaba, no más, el suelo seguro de mis pies de mujer» (de su conferencia «Mi experiencia con la Biblia«)”6

Esta experiencia nos hace recordar a San Agustín, cuando en el libro 3 capítulo 27 de sus confesiones le dice a Dios poéticamente:

Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba, y me lanzaba sobre las cosas hermosas creadas por Ti. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti todas las cosas, aunque, si no estuviesen en Ti, nada sería. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste y pusiste en fuga mi ceguera. Exhalaste tu perfume y respiré y suspiro por Ti. Gusté de Ti y siento hambre y sed. Me tocaste y me abraso en tu paz.

Experiencias de buscadores, son el prólogo de la Fe, que constituye la literatura, el proemio, el hall de entrada. Muchas búsquedas religiosas de los hombres empezaron desde las letras. Las letras que son muestra del humanismo, ponen de relieve todo lo que hay de humano en ser humano. Desde ese sustrato antropológico nos dejan abiertos para la transcendencia. Porque el verdadero humanismo nos muestra que somos imagen y semejanza de Dios, y que, en fondo no hay nada humano que no nos abra a la Palabra. No hay palabra que no tenga existencia gracias a la Palabra.

A modo de ejemplo, de esta búsqueda de los escritores que se abrieron a la trascendencia nos encontramos con el argentino Ernesto Sabato, de quien a continuación les transcribimos solo los balbuceos iniciales de un ensayo maravilloso. “Antes del Fin” fue una de sus últimas obras en la cual el agnóstico, y quizás, ateo militante, de otro tiempo se abre paso a la transcendencia de Dios, partiendo de las cosas más pequeñas y sencillas del libro de la naturaleza, y de los actos heroicos de amor al prójimo. Esta breve obra es para quienes todavía se sienten en búsqueda de Dios, y para quienes habiéndolo encontrado puedan seguir buscándolo. Porque como decía San Agustín en el inicio de sus confesiones: “Nuestro corazón estará inquieto hasta que no repose en Dios”. Por eso todos somos buscadores de Dios!!!. La literatura puede abrirnos a la Transcendencia y a la Fe. Son muchos los escritores que a través de las letras se dieron paso a ese hall de entrada, que los aproximó hasta la mismísima sublime existencia de Dios.

Palabras Preliminares, Antes del Fin. Ernesto Sabato.
“Vengo acumulando muchas dudas sobre el contenido de esta especio de testamente que tantas veces me han inducido a publicar; he decidido finalmente hacerlo. Me dicen: Tiene el deber de terminarlo, la gente joven está desesperanzada, ansiosa y cree en usted; no puede defraudarlos”. Me pregunto si merezco esa confianza, tengo graves defectos que ellos no conocen, trato de expresarlo de la manera más delicada, para no herirlos a ellos, que necesitan tener fe en algunas personas, en medio de este caos, no sólo en este país sino en el mundo entero. Y la manera más delicada es decirles, como a menudo he escrito, que no esperen encontrar en este libro mis verdades más atroces; únicamente las encontraran en mis ficciones, en esos bailes siniestros de enmascarados que, por eso, dicen o revelan verdades que no se animarían a confesar a cara descubierta. También los grandes carnavales de otros tiempos era como un vómito colectivo, algo esencialmente sano, algo que los dejaba de nuevo aptos para soportar la vida, para sobrellevar la existencia, y hasta he llegado a pensar que si Dios existe, está enmascarado.

Sí, escribo esto sobre todo para los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado sillas. De este modo, entre las negativas a escribir estas páginas finales, lo estoy haciendo cuando mi yo más profundo, el más misterioso e irracional, me inclina a hacerlo. Quizás ayude a encontrar un sentido de trascendencia en este mundo plagado de horrores, de traiciones, de envidias; desamparos, torturas y genocidios. Pero también de pájaros que levantan mi ánimo cuando oigo sus cantos, al amanecer; o cuando mi vieja gatita viene a recostarse sobre mis rodillas; o cuando veo el color de las flores, a veces tan minúsculas que hay que observarlas desde muy cerca.

Modestísimos mensajes que la Divinidad nos da de su existencia. Y no sólo a través de las inocentes criatura de la naturaleza sino, también, encarnada en esos héroes
anónimos como aquel hombre pobre que, en el incendio de una villa miseria, tres veces entró a una casilla de chapas donde habían quedado encerrados unos chiquitos – que los padres habían dejado para ir al trabajo – hasta morir en el último intento. Mostrándonos que no todo es miserable, sórdido y sucio en esta vida, y que ese pobre ser anónimo, al igual que esas florcitas, es una prueba del Absoluto”7.

Por Pbro. Juan Manuel Ribeiro. Miembro del Consejo de Pastoral Educativa.